¿Qué sucede cuando un grupo de personas discute técnicamente sobre asuntos socio-ambientales? ¿Por qué la discusión sobre estos asuntos se deteriora al punto de crear un clima de angustia y peligro? Estas son algunas de las preguntas que este trabajo intenta resolver, al tiempo que pasa revista al estatus de «inapelable» que adquieren los expertos en el ámbito público, a medida que la negociación política fracasa. Este estatus se nutre de una aparente desconexión respecto de un modo social calificado como ruidoso, mal-influenciado o ideologizado: la base de la distinción entre el «experto en la matería» y el «ciudadano de a pie», tan presente en nuestra cultura pública. Su función tácita no es otra que mantener vivos ciertos privilegios de opinión en los debates. El anti-autoritarismo en la técnica, por el contrario, intenta remover aquella jerarquía y promover, en su reemplazo, la buena conversación pública. Sus supuestos básicos son que toda actividad de representación, control o protección de la naturaleza constituye una forma contingente y negociable de agregación social entre muchas otras posibles. Y que el prestigio de esta actividad debería provenir, sobre todo, de la curiosidad intelectual y la responsabilidad cívica. Un buen experto seria, entonces, la persona capaz de reconocer las diferencias de opinión como provechosas, y de ampliar un «nosotros» reducido incorporando un «ellos» antes extraño, desviado, diferente…