Adriana es una mujer independiente, deportista. Todas las mañanas corre por las calles de Lima, y esos trotes son el pretexto para, con ironía y buen humor, pensar en su vida, sus pendientes y deseos, entre ellos la posibilidad de participar en el maratón de París.
Un día su mejor amiga le presenta a Ron. Él vive en San Antonio, Texas. Adriana se enamora, se va a San Antonio (ciudad que curiosamente lleva el nombre del Santo Casamentero), se casa frente a un juez rodeado de afiches de la Guerra de las Galaxias lo que la hace temer que se trata de un mal presagio, pero Ron es su príncipe azul… y sin embargo, las historias de hadas, incluso las que se cuentan con zapatillas puestas, no siempre tienen finales felices. Poco a poco se desilusiona de Ron y, en sus ejercicios matutinos, decide retroceder (o quizá avanzar) en su vida. Correr al encuentro de su propia felicidad.
A su regreso a San Antonio (pero la ciudad de Lima que lleva el mismo nombre de ese santo que al parecer no está de su parte), empieza a prepararse para salir del estado emocional en el que estaba, participar en el maratón de París. Es aquí donde asistimos a la peripecia vital de una mujer que no se rinde y usa el deporte como herramienta para salir adelante.
Divorcio en zapatillas es una obra que impulsa y entretiene, variopinta como la vida, con triunfos y derrotas, pero sobre todo, con humor. Las anécdotas de Adriana son tan genuinas que queremos ponernos las zapatillas y correr con ella. Y es que todos tenemos un maratón de París en nuestras vidas, un sueño que alcanzar para sentirnos vivos.