Los poemas de Silvana recuerdan el dolor de ser jóvenes e incluso el dolor de recordar la juventud. Son poemas que se escapan de las manos, poemas que nacen de experiencias que uno no debería poder contar o siquiera entender, pero que dejan huellas. Y de ahí las palabras. Y de ahí los poemas.

Silvana ha construido no un poemario, sino una torre de palabras. Por sus almenas atisba el mundo con curiosidad y deseo. Le teme y la atrae al mismo tiempo. Sabe que lo que le espera ahí afuera es dolor, pero estar protegida tampoco la entusiasma. Necesita la adrenalina que existe fuera de aquella torre, la cual protege lo más preciado que tiene: el amor por sí misma. Pero a veces ese amor no basta si no se ha sometido uno al mundo. Porque si el amor que se tiene a uno mismo —o cualquier amor— no es puesto a prueba, ¿para qué sirve el amor?

                                                                                                                                                           Iván Thays