Una mujer que nunca quiso ser madre ve a contraluz la imagen cansada de su esposo. Lleva una vida sin emociones y el hastío de una casa en el campo empieza a asfixiarla. El deseo lucha por hacerse un lugar y aparece una música, una prosa que tiene la belleza de un rifle, que nos devasta en cada página y no tenemos más remedio que dejarnos llevar. Ese es el estilo con el que Ariana Harwicz nos guía, en un viaje lleno de delirio y perdición; oímos un ruido mental, sentimos un pulso desquiciado. La protagonista de Matate, amor escucha un llamado salvaje, hiriente, y es en la naturaleza donde somos testigos de su grito desquiciado, que también es nuestro grito frente a los días repetidos.